Sinaxario del Domingo de todos los Santos
(Tomado del Pentecostario de la Iglesia Ortodoxa Griega.)
Canto la alabanza de cada amigo de mi Señor;
Si alguno quisiere, que los enumere a todos.
Nuestros muy divinos Padres ordenaron que celebrásemos esta fiesta después del descenso del Santísimo Espíritu, para mostrar de algún modo que la venida del Santísimo Espíritu obró así en los Apóstoles: santificando y haciendo sabios a seres humanos tomados de nuestro polvo mortal para completar el número del orden angélico caído, restaurándolos y enviándolos mediante Cristo a Dios –unos por el testimonio del martirio y la sangre, otros su conducta virtuosa y su modo de vida– y logrando cosas sobrenaturales. Pues el Espíritu desciende en forma de fuego, cuya tendencia natural es hacia arriba, mientras que el polvo, cuya tendencia natural es hacia abajo, asciende a lo alto; ese polvo que forma nuestro barro mortal, la carne añadida al Verbo de Dios y hecha divina por Él, que poco tiempo atrás había sido exaltada sentándose a la diestra de la gloria del Padre. Pero ahora también Él atrae a todos aquellos que desean, según la promesa, tal como Dios el Verbo ha revelado la obra de reconciliación y cual era el objetivo, muy adecuado a su propósito, de su venida a nosotros en la carne y de su plan salvador; es decir, que trae a aquellos que fueron rechazados en cuanto a unión y amistad con Dios (habiendo ofrecido la naturaleza humana a los malagradecidos de entre las naciones como primicias a Dios) – aquellos que le fueron agradables de un modo sobresaliente. Esta es una de las razones por la cual celebramos la fiesta de Todos los Santos.
La segunda razón es que aunque muchas personas han agradado a Dios, son desconocidos a la humanidad de nombre por causa de su virtud sobresaliente, o por una u otra razón humana; sin embargo, tienen gran gloria en la presencia de Dios. O de nuevo, porque hay muchos que han vivido siguiendo a Cristo en India, Egipto, Arabia, Mesopotamia, Frigia, y en las tierras más allá del Mar Negro, incluso tan lejos como en las mismas Islas Británicas; en pocas palabras, tanto en Oriente como en Occidente. Mas no era fácil honrarlos a todos apropiadamente según la costumbre eclesiástica recibida a causa de sus vastos números. Y por lo tanto, para que obtengamos la ayuda de todos ellos, y generalmente por aquellos que habrían de convertirse en santos, los muy divinos Padres ordenaron que celebrásemos la fiesta de Todos los Santos, honrando a los antiguos y a los recientes, a los conocidos y a los desconocidos – todos aquellos en los que el Espíritu ha habitado haciéndolos santos.
Esta es la tercera razón: era necesario que los santos que son celebrados individualmente fuesen congregados en un solo día para demostrar que así como lucharon por el único Cristo y corrieron el curso en el mismo estadio de la virtud también fueron todos justamente coronados como siervos del único Dios, y que sostienen a la Iglesia, habiendo llenado el mundo en lo alto. Ellos nos exhortan a llevar a cabo la misma lucha en sus muchas formas diferentes, hasta el punto que se le haga posible a cada uno de nosotros ir adelante con todo empeño.
Para todos estos santos de todos los siglos, el honorable y sabio Emperador León construyó una iglesia amplia y muy hermosa. Está cerca de la Iglesia de los Doce Apóstoles, dentro de la ciudad de Constantinopla. Se dice que la construyó originalmente para su primera esposa Teofanía, que agradó a Dios de un modo sobresaliente, y que era una verdadera maravilla en medio de los problemas y en los palacios reales. Cuando informó a la Iglesia de sus idea, no tuvo logró ponerlos de acuerdo con sus deseos. El muy sabio Emperador, con la aprobación de toda la Iglesia, dedicó el templo que había sido construido a todos los santos en todo lugar, diciendo: «Ya que Teofanía es una santa, que sea enumerada con el resto».
Nótese que celebramos todo lo que el Espíritu Santo ha hecho santo dando buenos dones. Se quiere decir por esto las nueve órdenes [de santos]: los antepasados y los patriarcas; los profetas y los santos apóstoles; los mártires y jerarcas; los presbíteros mártires y los monjes mártires; los ascetas y los justos, todos los coros de santas mujeres, todos los santos desconocidos, y con ellos todos los que habrán de seguirles. Pero ante todo, la más grande de entre los santos, la Santísima y más poderosa que las órdenes angélicas, nuestra Señora y Soberana, la siempre virgen María.
Por las oraciones de tu purísima Madre, oh Cristo Dios,
y de todos los santos de todos los siglos,
ten piedad de nosotros y sálvanos,
pues sólo tú eres bueno y amas la humanidad. Amén.