EPISTOLA CUARESMAL 2005, MET. VALENTIN DE SUZDAL Y VLADIMIR

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Priest Siluan
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EPISTOLA CUARESMAL 2005, MET. VALENTIN DE SUZDAL Y VLADIMIR

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EPISTOLA CUARESMAL


Del Primer Jerarca de
la Iglesia Ortodoxa Rusa Autónoma
Su Eminencia VALENTIN
Metropolita de Suzdal y Vladimir


A todos nuestros Padres, honorables monjes, y a nuestro rebaño, temeroso de Dios.

"Oh Señor y Amo de mi vida…
concédame ver mis propios pecados
y no juzgar a mi hermano,
porque bendito eres Tu por los siglos de los siglos."
(San Efrem el sirio).


Para nuestra Santa Iglesia Ortodoxa, el tiempo de Gran Cuaresma está próximo. Este es el tiempo mas salvífico, cuando somos llamamos a "pelear la buena batalla, y correr la carrera del Ayuno”. Esta "buena lucha" es verdaderamente un llamado para demostrar amor, el cual, asoma como un rayo que emana desde el Reino de Dios, y cuya característica es la de superar todas las restricciones y convenciones de este mundo. La fuerza impulsora del amor proviene Dios, o más exactamente, como dice el discípulo amado del Señor, el Santo Apóstol Juan el Teólogo, "Dios es amor."


El éxito de nuestras salvíficas labores para el alma, a las cuales estamos totalmente determinamos a dedicarse durante estos santos días, depende del ablandamiento de nuestros corazones mediante el reconocimiento de nuestra maldad: "concédame ver mis propios pecados y no juzgar a mi hermano." Ésta es la oración que diremos muchas veces en cada día, durante el transcurso de la Gran Cuaresma.


La Santa Iglesia de Cristo nos prepara con antelación para estas labores, comenzando con la parábola del Publicano y el Fariseo, llamándonos a orar sinceramente con el publicano, repitiendo su lamento penitencial: "¡Oh Dios, ten piedad de mi, que soy un pecador!” Bajo ninguna circunstancia alguien debería, en imitación al Fariseo, atreverse a confiar en su propia y aparente rectitud, o en sus propias buenas obras, más debería poner toda su esperanza en el Señor.


El Señor no sólo enalteció al publicano por haber reconocido su maldad, sino porque además él sintió remordimiento por haber cometido los pecados que hizo, porque deseaba ser librado de ellos, y porque tuvo la firme decisión de corregirse.


La Santa Iglesia nos recuerda que no importa cuan bajo podamos haber caído, no importa qué pecados podamos haber cometido, si retornamos al Señor con humildad y con arrepentimiento y decimos: "Oh Señor, no somos dignos de llamarte Dios, nuestro Padre; pero acéptanos como uno de tus jornaleros", nuevamente encontraremos la esperanza de nuestra salvación. Por lo tanto, permitámonos guardar estos santos días en reverencia. Ellos nos preparan para tomar parte en la terrible Pasión del Señor y su Resurrección al tercer día. Permitámonos, sobre todo, tener el cuidado de arrepentirnos de aquellos pecados de los cuales estamos muy avergonzados o nos hemos olvidado de confesar durante años.


Cada uno de nosotros ha recibido el don y la gracia del amor de Cristo a través del Bautismo, o a través de uno u otro de los Santos Misterios de la Iglesia. Sabemos que en este mundo nuestro, existen aquéllos que tienen hambre y enfermedad, aquéllos que están sufriendo y están sobrecargados, y quiénes han quedado a la espera de nuestra caridad. Siempre debemos tener en mente las palabras de nuestro Señor Jesucristo, cuando habló acerca del Juicio Final: " Lo que habéis hecho a cada uno de estos mis hermanos mas pequeños, me lo habéis hecho a mí." No importa cuan estrecha y limitada en sus capacidades, pueda ser nuestra propia existencia, cada uno de nosotros posee una cierta responsabilidad por poseer una diminuta partícula del Reino de los Cielos, es precisamente por esta razón que nosotros poseemos este don del amor de Cristo. Por lo tanto seremos juzgados, según hayamos aceptado esta responsabilidad, y según nos hayamos comportado caritativamente o hayamos abandonado practicar la caridad. Porque "Lo que habéis hecho a cada uno de estos mis hermanos mas pequeños, me lo habéis hecho a mí"... (Mateo 25:40)


Raramente, muy raramente, recordamos aquel pasaje del Evangelio sobre el Juicio Final, donde el Señor separa a la ovejas de las cabras, es decir a los justos de los pecadores, y pronuncie la última sentencia. Entonces, nuestros destinos serán decididos para toda la eternidad. En ese momento, las malas acciones que hayamos cometido en esta efímera tierra, se harán conocidas a toda la humanidad. Seriamente deberíamos considerar la posibilidad de que, cuando el Señor diga en presencia de sus Ángeles y Santos: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno y alli será el llanto y rechinar de dientes", ¿podríamos estar en el número de aquéllos a quienes Él se dirige así?


No es nuestro manso y humilde Señor quien merece, entonces, un reproche por permitir tal terrible frase. ¡No! ¡Porque el Señor es magnánimo, muy misericordioso, y no desea otra cosa que la salvación eterna para todos nosotros! ¡Son nuestras propias acciones las que nos condenarán o exaltarán, ellas nos pondrán en el camino que lleva al sufrimiento eterno o a la eterna bienaventuranza! Una vez mas, el Señor nos ha advertido al respecto: "Así tal como los halle, así los juzgaré." Nadie conoce el día, ni la hora en que encontrara la muerte. Por esta razón, siempre debemos vigilar y orar continuamente, y vivir de tal manera como si cada uno de nuestros días fuere el último.


En el Juicio Final, sólo aquéllos que aprendan a tener caridad con su prójimo, no sólo de palabra, también de hecho, aquéllos quienes han visitado al enfermo, aquellos quienes dieron de comer al hambriento, aquellos quienes dieron de beber al sediento, y aquellos quienes enjugaron las lágrimas de la cara del injuriado, recibirán la bendición y salvación.


El Apóstol Pablo dice, "los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, longanimidad, bondad, compasión, fe, mansedumbre, sobriedad". Y el Santo Evangelista Juan el Teólogo, al referirse a todos nosotros, dice, "Hijitos, amaos los unos a los otros!” En este mandamiento están contenidos todos los mandamientos de Cristo, y la totalidad del testamento evangélico.


Permitámonos siempre recordar al hijo pródigo, quien recibió el perdón; de la ramera arrepentida, quien recibió la salvación y del buen ladrón, quien fue considerado digno de entrar en el paraíso junto con Cristo. Permitámonos siempre recordar aquel arrepentimiento que llevó al retorno del Apóstol Pedro, quien negó tres veces a Cristo, su Divino Maestro, y quien fue escogido para ser uno de los primeros en ver la Resurrección de Cristo, y Él le concedió las llaves del Reino de los Cielos.


¡Que la bendición de Dios sea sobre todos vosotros, para que puedan pasar estos deificos días de Gran Cuaresma en pureza y en constante oración, y sinceramente les deseo todo Bienandanza y la salvación de vuestras almas!


Humildemente,

  • VALENTIN
    Metropolita de Suzdal y Vladimir
    Gran Cuaresma, 2005,
    Suzdal
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