EPISTOLA PASCUAL
De Su Eminencia Tikhon, Arzobispo de Omsk y Siberia,
Presidente del Sínodo de los Obispos de la Iglesia Verdadero-Ortodoxa Rusa
¡Queridos en el Señor, Compañeros Archipastores, Muy Honorables Padres, Hermanos y Hermanas!
¡Cristo ha Resucitado!
“Celebramos la muerte de la muerte, la destrucción del infierno,
el comienzo de la Vida Eterna, y jubilosos, ensalzamos a su Autor,
El Único Bendito y Muy-Glorioso Dios de nuestros padres" *
Hoy, como en años anteriores, volvemos a escuchar el victorioso grito triunfal de la Verdad – ¡Cristo ha Resucitado - Sol de la Verdad!
Ningún otro saludo puede causar mayor alegría al pío corazón del cristiano ortodoxo. que este breve saludo, con el cual nos saludamos mutuamente en nuestra fiesta mayor de la Pascua de Cristo.
Y así, cada vez que llega la Pascua, somos tocados con la idea de que otro año ha pasado, y el Señor nuevamente nos ha concedido sentir el regocijo pascual. Gracias a Dios, se nos ha concedido la prolongación de otro año más en nuestras vidas, y la gracia de esta Grande y Radiante Fiesta - ¡la Festividad de la Resurrección de Cristo! Durante todo el año, esperamos la llegada de la Pascua, preparándonos para ello, principalmente en los días de la Cuaresma y en la Semana Santa, y la vislumbramos como la máxima festividad en nuestras vidas terrenales, ya que en ningún otro momento estamos tan cerca del Cielo, como es en este día.
Todavía ayer sentíamos tristeza y dolor – cuales han sido especialmente palpables entre aquellos fieles que diligentemente asistieron a los divinos servicios de Semana Santa, y que con especial compasión rememoraron sus acontecimientos. Era triste leer acerca de cómo Cristo fue traicionado por un discípulo cercano, como cegados por las pasiones y la ignorancia, los malvados enemigos y la muchedumbre enloquecida, torturaba y crucificaba a Aquel que a todos ama y perdona, Quien suplicaba a su Padre no vengarse de sus verdugos, mas con Divino Amor imploraba:¡Padre! Perdónalos, porque no saben lo que hacen. **
Del mismo modo, aparentemente, para nosotros, no es posible comprender, la medida de amargura, que entonces debieron experimentar, los devotos discípulos de Cristo - estos herederos de los doce tronos en el reino de Jesús, que juzgarán a las doce tribus de Israel. Más tarde, el Señor aparecerá a sus discípulos y los consolará con su saludo de paz, confirmará la certeza de su Resurrección con las heridas en sus manos, pies y costado, y participando de la trapeza (refectorio). Luego, les explicara sobre la necesidad de su Pasión y glorificación por medio de su Resurrección – utilizando las Sagradas Escrituras -, y de la misma manera como a los caminantes de Emaús , les abrirá el entendimiento para comprender las Escrituras, y, dejándolos de nuevo, les dirá otra vez "Paz a vosotros ", para recordarles de su llamado. Él Mismo ya había cumplido su Ministerio, y ahora se lo legaba a ellos – les dio a conocer parte de los poderes necesarios para su futura predicación, aquellos poderes, cuales ni ellos, ni nadie pude obtener, si no provienen de Él, el Redentor de la raza humana, y les dio la potestad de utilizarlos con la misma autoridad, con que Él mismo los utilizó. Pero esto se verá más tarde...
Pero en aquel momento, toda clara esperanza fue absorbida por el sentimiento de la privación de su Instructor, especialmente en las primeras horas posteriores a los terribles acontecimientos en el Gólgota. Ellos, al igual que muchos de entre el pueblo, conocían que Cristo no era culpable de las acusaciones en su contra, y que existía una terrible injusticia contra Él. No obstante, aún estaba fresco en sus memorias el dolor infligido en la última noche de su estancia con ellos. ¿Dónde se encontraban ellos, cuando Jesús fue tomado por los guardias? Estaban incluso dispuestos a entregar en manos de sus perseguidores hasta la última prenda, con tal de deshacerse de ellos. Cuanto más, el Señor, se acercaba a alguno de ellos en aquel momento, para intentar disipar sus grandes incertidumbres, ellos se mostraban, aún más incapaces, de comprender alguna cosa. Él les pide que recen con Él - ellos duermen. Quiere advertirles sobre el peligro del tiempo venidero - no lo entienden. Él les habla acerca de los sufrimientos a los que deberá someterse en unas pocas horas – ellos discuten sobre cuál de ellos será el mayor en el Reino de los Cielos. Y por último, ¿No hubo un traidor salido de en medio de ellos, quien lo ha entregado?
La injusticia de todo lo que estaba sucediendo en ese momento parecía completamente invencible, ¿y qué podrá vencer a la muerte? Pero ¡Para el Señor todo es posible! ¡Él vence a la muerte! ¡Él está por encima de nuestras concepciones terrenales sobre la injusticia! Y los discípulos y las mujeres miroforas, quienes fueron a llorarlo, fueron sorprendidos con esta nueva certeza - la victoria sobre la muerte misma, la confirmación de su Divinidad y Omnipotencia.
Y nosotros, como fieles cristianos ortodoxos, conocemos que al descender al infierno, lo venció, y libró del infierno a nuestros antepasados, quienes eran retenidos allí, y luego resucito en su Cuerpo, el Señor nos hizo partícipes de su Victoria sobre la muerte, conforme a su promesa de que aquel que en Él creyere tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (San Juan 5:24).
Pero en nuestra vida cotidiana, continuamos murmurando contra nuestro Creador y Salvador, y le reprochamos la injusticia. Cuán a menudo, escuchamos desde personas cercanas, historias de cómo la muerte se apodera de la vida de jóvenes o niños, y cuán grande es el sufrimiento de la humanidad, entonces - ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está Dios? Con obstinación, sucumbiendo a la sabiduría carnal, buscamos justicia terrenal y evidencia terrenal de la Misericordia Divina. ¿Cómo se puede culpar de esto a Aquél, Quien fue crucificado y en Sí Mismo padeció la frenética crueldad humana? Ya que de Él, también los judíos esperaban la manifestación terrenal de la Divinidad – deseaban ver a su Rey sobre la tierra, un líder, un gobernante poderoso, una mano firme que someta a los pueblos vecinos bajo el poder de los "elegidos por Dios del reino de Israel." Pero Él ha manifestado otro reino - un reino que no es de este mundo, Él nos ha revelado, en respuesta a nuestras demandas de felicidad terrena, que existe algo que vence a la misma muerte, y que es algo que está escondido en nuestros corazones. Su muerte en la Cruz nos ha dado Vida Eterna, y la posibilidad de obtener la deificación. ¿Puede existir algo mayor que esto? La Resurrección de Cristo, de una vez para siempre, abrió para la humanidad, las puertas de la eternidad.
Cuán insignificantes en relación con la eternidad, esta certeza, la verdadera vida, son nuestras pugnas, nuestro rencor, por lo que seremos privados de la entrada en el Reino Celestial, el cual recibirá a muchos grandes pecadores, quienes se arrepientan de sus trasgresiones, pero no entrara allí, nadie que guarde en su corazón, malicia u orgullo.
¡Oh, si reflexionamos en lo que es inevitable para todos nosotros, la muerte, y la vida después de ella! Cuán rápido se esfumarían de nosotros, entonces, los restos de ira y deseos de venganza. Y ya no nos debería parecer detestable y profundamente desafortunado tener presente, que los malvados, por sus hechos se condenarán a sí mismos a la perdición eterna. Ya que su deleite por la crueldad, libertinaje y codicia de poder, dura sólo unos pocos años, y a veces unos días, pero la angustia en sus almas, después de la tumba, permanecerá para toda la eternidad.
Y si los discípulos de Cristo encontraron en sus bienaventuradas fuerzas, el poder de perdonar a los ofensores, y se regocijaron en el Señor en las calamidades, debemos imitarlos en esto, y no entregar nuestro corazón al desaliento, murmuración, ira y venganza, a pesar de todas las dificultades de la vida, que inevitablemente aparecen en nuestro camino. ¡Que la gracia de la Resurrección de Cristo nos libre de todo esto!
Luego de la aparición de Cristo Resucitado, saliendo de la tumba, como vencedor, a las mujeres miroforas les dijo: "Alegraos" – y a los Apóstoles, dio su Paz, pero no sólo de paz, sino también de un jubilo entusiasta se apoderaron las almas de quienes fueron anunciados, sus Amigos, que ahora habían sido honrándos, al llamarlos: sus Hermanos, porque vieron que su Amado Maestro y Señor, no fue derrotado por los suplicios y la muerte, mas ha vencido a la muerte y vive para siempre en su Eterna Gloria. En la vida cotidiana, la muerte pone fin a las aspiraciones humanas, deseos y pasiones. Pero de hecho, es el comienzo de una vida verdadera e inmortal en Cristo. De aquí - la valentía de los Santos Apóstoles ante las amenazas de los enemigos de Cristo, su firmeza, su fortaleza ante la traición de sus amigos, ante el aparente triunfo de la mentira. Y esta valentía y firmeza no solo ha sido manifestada entre los testigos directos de la Pasión y Resurrección de Cristo, sino también entre varios miles de nuestros contemporáneos, maltratados por las guerras fratricidas, sometidos a suplicios, cárceles y torturados hasta recibir una muerte de mártires.
Por causa de la Resurrección de su Maestro, los Apóstoles no esperaban grandes alegrías en el siglo presente, así daban cumplimiento a las palabras de Cristo: “os volveré a ver, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestro gozo” (San Juan 16:22).
Hoy se nos ha concedido, de acuerdo a nuestras capacidades y fortalezas, participar de la alegría de este Gran Don, porque el servicio divino Pascual en la radiante noche de Pascua, nos permite experimentarlo en una forma imperfecta, contemplando por ahora, con burdos ojos terrenales, el gozo de la Vida Celestial.
Y como entonces, en aquellos días de la Santa Pasión de Cristo, apenas unos pocos creían en su inocencia, se compadecían de Él y se lamentaban, y a pocos les fue dado alegrarse en su Resurrección – así también, saboreando la Alegría Pascual, nos preguntamos a sí mismos: ¿podríamos estar hoy, con todo nuestro corazón, con Aquel, que nos ha dado Vida Eterna, mediante tan valioso precio - su propia muerte en la Cruz? Debido a que, sólo siendo pura, libre de culpa, a la conciencia humana, le es posible distinguir la verdad de la falsedad, la rectitud de la pecaminosa iniquidad. Y sólo así, se le concede al hombre, la posibilidad de experimentar la alegría pura de la radiante Resurrección de Cristo.
El Arzobispo Nataniel (Lvov) dice lo siguiente, acerca de esta cuestión: "... con la Pascua sucede de acuerdo a la capacidad del alma de la persona, en lo que se refiere, a cuanto, ella es capaz de aceptar en su corazón, de aquella bendita y victoriosa alegría, preparada por el Señor desde el principio, para aquellos que lo aman. El Señor quiere que esta alegría permanezca siempre en el hombre, pero por sus pecados, es incapaz de recibirla, y de esta manera, se condena a sí mismo a los tormentos y la oscuridad” Por eso, nos preparamos toda nuestra vida para aceptar al Señor, y la fiesta de la Pascua no solo nos permite un adelanto de este dulce momento, sino también purificar dignamente nuestra conciencia con el Misterio de la Confesión, al prepararnos para esto.
Por eso disfrutemos de la alegría de hoy, cual sobrepasa varias veces los sufrimientos de los preliminares y tristes recuerdos de la Semana Santa, y entreguémonos al Señor con todo el corazón, pues Él es capaz de consolar nuestras tristezas más amargas y derrotar al escalofriante miedo a la muerte: "Que nadie tema a la muerte; porque la muerte del Salvador nos ha librado"***
Durante cuarenta días serán entonados los sagrados cánticos pascuales, y durante todos estos alegres cuarenta días, guardemos y revivifiquemos en nosotros mismos este don bendito - fe, esperanza y amor, cual nos fue concedido en la noche de la Resurrección de Cristo.
El Santo y Gran Misterio de la Alegría Pascual, para nosotros no es sólo una pequeña muestra del paraíso, sino también una prueba tangible de que podemos participar de esta dicha, a pesar de la debilidad de nuestras fuerzas. Pero Fuerte es Aquel, de Quien buscamos aferrarnos, a Quien deseamos amar con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, en Quien depositamos todas nuestras esperanzas.
Que la Radiante Resurrección de Cristo, llene nuestros corazones de enternecedor regocijo y amor al prójimo, nos resucite a una vida nueva, piadosa y llena de amor, para que así como Cristo resucitó para gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (Romanos 6:04).
¡En Verdad Cristo ha Resucitado!
+Tikhon
Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Omsk y Siberia,
Presidente del Sínodo de los Obispos
de la Iglesia Verdadero-Ortodoxa Rusa.
Pascua de Cristo 2014
N. del T.:
*) Segundo Tropario de la Séptima Oda del Canon Pascual
**) San Lucas 23:34
***) Discurso de Nuestro Padre entre los Santos, San Juan Crisóstomo en el día de la Gloriosa y Santa Resurrección de Cristo.